08/11/2017. 31 Festival Internacional de Jazz de Málaga. málagajazz. Teatro Cervantes.
Texto: Carlos Guerrero | Fotos: Daniel Pérez / TC
Con sus mochilas a cuestas, con aire despreocupado y como si la cosa no fuera con ellos salieron los músicos a escena. Parapetados tras unos atriles dispuestos en semicírculo y tan voluminosos como ignorados durante el concierto, comenzó a sonar el saxofón de Coleman, no sin antes haber puesto su móvil a cargar. Este gesto, que todos los esclavos digitales llevamos a cabo al menos una vez al día (aunque quizá no sobre un escenario), fue lo único convencional de una noche marcada por la espontaneidad y la libertad creativa.
Tras una primera línea marca de la casa de Steve, deconstruida y alterada al extremo, el bajo de Anthony Tidd recogió la coda obstinada en solo dos acordes para que el propio Coleman, Jonathan Finlayson a la trompeta y la batería de Sean Rickman construyeran a su antojo. Cerca 
de treinta minutos de pieza, así, para empezar. Improvisación en estado puro, libertad creativa. Jazz pero no sólo jazz: funky, world music y bebop, todo mezclado para crear uno de los estilos más arriesgados y personales del panorama jazzístico internacional. Y es que la 31 edición del Festival Internacional de Jazz de Málaga apuesta por recorrer los caminos más novedosos del jazz así como visitar otros formatos y composiciones más tradicionales.
En un segundo tema de estructura similar al primero –intro de saxo que prolonga el bajo obstinado y un desarrollo más complejo y acelerado – se sucedieron los solos de Coleman, Finlayson y Rickman. Algún momento de unísonos dejó patente el empaste de la banda, pero no se equivoquen, aunque se cruzaran melodías y ritmos, y a pesar de la casi nula conexión gestual de los músicos, esta banda es tan sólida como libre. Es importante que el músico toque, pero casi más que escuche. Melodías a contratiempo, compases en amalgama, respuestas y cortes se sucedieron durante todo el concierto. Mención especial para la batería de Rickman, quien hizo un auténtico despliegue de recursos musicales al alcance de no muchas baquetas.
Tras cuatro temas había transcurrido más de hora y media. Cuando se retiró la banda a camerinos, más de la mitad del aforo (unos tres cuartos de entrada), aparentemente saciado, abandonó el Teatro que presentaba un aspecto desangelado en el único bis. Y es que para escuchar a Coleman y su banda hay que venir bien descansado y atento. Es tal la cantidad de información que el mensaje puede aturdir hasta al más arriesgado de los oídos jazzeros.
Steve Coleman saxo alto
Jonathan Finlayson trompeta
Anthony Tidd bajo
Sean Rickman batería
1.30 h. (s/i)
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